¿Cómo nació “El Príncipe” de Maquiavelo?
“El Príncipe”, tratado de Ciencia Política que lo sitúa como el iniciador de esta materia con vigencia hasta nuestros días
Maquiavelo fue confinado en un momento histórico de su vida, a un destierro donde le tocó compartir la desgracia del desprecio y la miseria de su entorno.
Sin embargo aceptando que esto lo hacía irse a las tabernas a jugar o participar de las reyertas de los hombres, dice un párrafo inolvidable de su escritura que acabo de leer desde 1510 a nuestros días.
No solamente lo acabo de leer, sino que fui a ese lugar donde fue confinado, donde escribió su obra maestra “El Príncipe”, tratado de Ciencia Política que lo sitúa como el iniciador de esta materia con vigencia hasta nuestros días, aunque no la compartimos.
Para saber cómo conoció a los hombres y al Poder, basta leer estas cuartillas, donde desterrado por el Principado de su época, confiesa que se vinculó a la taberna y a los juegos y a las querellas vanas de los hombres en su desnudez social.
Pero dice que regresaba y conversaba con los grandes autores y pensadores en su soledad fecunda.
Las madrugadas eran de él y de su facundia. Se reunía en solamente con los filósofos de la antigüedad en un desdoblamiento.
Y de ahí salió “El Príncipe, el tratado más crudo y desnudo del Poder. Anunció el tránsito de la sociedad feudal al Estado nacional.
Desterrado al campo inhóspito en las afueras de Florencia por los Medici, aceptó su destierro con estoicismo y relatando su infortunio escribió, que “saliendo del bosque me voy a una fuente aquí o paraje mío. Tengo conmigo un libro de Petrarca o de Dante, o de unos de los poetas menores como Tibulo, Ovidio o semejantes.
Leo aquellas amorosas pasiones suyas y sus amores, me acuerdo de los míos y gozo un rato de esas remembranzas. Me encamino luego hacia la taberna, hablo con los que pasan, pregunto por las novedades de los pueblos, oigo varias cosas y noto los distintos gustos, la fantasía de los hombres… Llegan así empecinados ante estos piojos, limpio mi cerebro del moho y desahogo la malignidad de esta suerte mía esperando que me pisotee o para ver si así no se avergüenza de tanto perseguirme.
Llegada la noche regreso a la casa y entro a mi estudio, en su umbral me quito esta ropa cotidiana sucia y llena de lodo y me pongo regias y curiales, así vestido decentemente entro a la antiguas cortes de los antiguos hombres donde por ellos amorosamente recibido, me nutro de aquel alimento que solo es mío, para el cual he nacido y donde no me avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles sobre la razón de sus acciones y ellos por su humanidad me contestan y durante cuatro horas no siento aburrimiento, olvido todo afán, no temo la pobreza, no me asusta la muerte, todo me transfiero a ellos.
Y ya que Dante dice que no puede haber ciencia si no se retiene lo que se ha entendido, noto lo que en esas conversaciones capitalizo y he compuesto un opúsculo, “El Príncipe”…