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Tópicos de amor

La palabra amor tiene un origen etrusco (aunque podría provenir del vocablo sánscrito amara, inmortal) y nos remite a lo infinito: a, como prefijo no, y mor, como muerte.

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Por: Efrain Castillo

1. La palabra amor

Hemos escuchado tanto la palabra amor, que sin detenernos a analizar su significado e historia, creemos que siempre ha estado ahí para auxiliarnos en nuestras descargas sentimentales. Pero el amor —como una reacción bioquímica que ha evolucionado en el ser humano hasta convertirse en un valor fundamental— ha sido la piedra angular de nuestros apegos sociales y los griegos utilizaron cinco palabras para representarlo: Epithumia, para simbolizar los deseos fuertes (buenos o malos); Eros, para expresar el romance carnal; Storge, para representar el afecto de posesión; Phileo, para denominar el afecto hacia las relaciones consanguíneas o familiares; y Ágape, para exteriorizar el amor desinteresado, en donde el que ama lo da todo sin esperar nada a cambio.

La palabra amor tiene un origen etrusco (aunque podría provenir del vocablo sánscrito amara, inmortal) y nos remite a lo infinito: a, como prefijo no, y mor, como muerte. O sea, el amor es la no-muerte, un concepto que sintetiza todos los afectos humanos; tal como el vocablo inglés love con su raíz en live, vivir.

2. El amor como afecto hacia lo divino

Pero ese efecto hormonal —que evolucionó desde el imperio de las feromonas y sus mensajes químicos hasta las reflexiones esenciales de los pensadores griegos—, fue magistralmente sintetizado por el filósofo danés Sören Aabye Kierkegaard (1813-1855), llamado el poeta de Dios, que lo definió como una noción «anclada en la más honda interioridad del hombre para lograr que, a través de él, se logre la absoluta igualdad entre los seres humanos». Al respecto, Kierkegaard fundó la más hermosa teoría para distinguir los tres elementos que dinamizan el amor: el amante, el amado y lo que está entre ellos (Las obras del amor —Kjerlighed Gjerninger—, 1847).

3. El amor en algunos textos históricos

En un exhaustivo estudio bibliográfico que realicé, me sorprendí que en La Ilíada de Homero (Siglo VIII a. C.) la palabra amor solo aparece dieciséis veces; en Diario de un naturalista de Charles Darwin (1845), seis veces, y ni una sola en El origen de las especie (1859); diez veces en Mi lucha de Adolfo Hitler (1925); cinco veces en La división del trabajo de Emile Durkheim (1893); una sola vez en Mis creencias de Albert Einstein (2000); noventa y cuatro veces en el Viejo Testamento (Los Salmos). Todas estas palabras suman 132, mientras que en el Nuevo Testamento (la obra de Jesús) la palabra amor se inserta 148 veces.

Esta simple aritmética me llevó a una sencilla conclusión: que Jesús, con el ejemplo de su vida nos enseñó la trascendencia del amor, marcándonos una senda donde el odio, la pasión desenfrenada, la venganza, la apatía y el rencor, pueden ser erradicados a través del más puro de los sentimientos humanos, el amor; un amor vinculado al sacrificio, al perdón y a la búsqueda de las esencias divinas, tras reconocer nuestras imperfecciones.