Unión Nacionalista y su defensa del interés general
Recuerdo que era un recién graduado universitario cuando acompañaba en ocasiones a mi padre, obviamente en calidad de simple oyente, a algunas reuniones que se celebraban en la casa de don Luis Julián Pérez, ubicada en la esquina formada por la intersección de la calle Pedro A. Lluberes con la avenida Bolívar. Mi misión era servirle de conductor para trasladarlo de regreso a nuestra casa, al final de esas largas jornadas en las que se debatían temas de interés nacional. Así nació mi admiración por esos valerosos dominicanos, cuyo principal motivo de desvelo fue la defensa del supremo interés colectivo.
De esa manera tuve el privilegio de conocer a personalidades tan relevantes como Leopoldo Espaillat Nanita, quien luego fue mi vecino, cuando me casé por primera vez; igualmente conocí a Pedro Manuel Casals Victoria, Miguel Ángel Velázquez Mainardi, Pelegrín Castillo, Federico Henríquez Gratereaux, Abelardo Piñeyro, Máximo Beras Goico, Manuel Núñez y otros tantos hombres y mujeres que merecen el más elevado reconocimiento de esta sociedad por la que tanto han luchado. Sus afanes, preocupaciones e inquietudes dejaron una profunda huella en mi personalidad. Siempre he pensado que personas con esas notables características no son valoradas en su justa dimensión por nuestra sociedad, la cual se encuentra profundamente dañada por los efectos de la codicia y corrupción desenfrenadas.
En días recientes me encontré con uno de los volúmenes publicados por Unión Nacionalista, el cual contiene importantes documentos dirigidos a personalidades nacionales y extranjeras en las que se defiende la soberanía, se repudia el injerencismo foráneo y se aborda exhaustivamente la problemática haitiana. Se trata de un testimonio fundamental para comprender que la lucha por preservar nuestra identidad y soberanía no ha cesado a lo largo de la historia. Las agresiones del vecino país durante el siglo XIX, que motivaron las múltiples batallas para alcanzar la Independencia, así como las guerras restauradoras y las invasiones norteamericanas de 1916 y 1965, no le han permitido sosiego alguno al pueblo dominicano.
Y para colmo de males, el infortunio haitiano ha galvanizado una conspiración de la comunidad internacional para trasvasar la población al territorio dominicano, puesto que constituye la solución más fácil y económica que no supone mayores responsabilidades. Siempre ha sido más sencillo endosarles el problema a otros y escurrir el bulto para que las consecuencias recaigan sobre hombros ajenos. Por tanto, esa conspiración impulsada desde afuera y servida desde dentro, obliga a todos los dominicanos con conciencia patriótica a asumir responsabilidades en los actuales momentos. Para aquellos que reciben jugosos beneficios defendiendo intereses extraños, y que se burlan de los que sostienen la idea -ampliamente comprobada por los hechos ocurridos-, de que la soberanía e identidad del país corre peligro, bastaría dar un vistazo a los documentos de la Unión Nacionalista.
En ese sentido, se impone volver la vista al pasado para comprobar los esfuerzos desplegados por este grupo de ciudadanos ejemplares que nunca vaciló para asumir las mejores causas. En un manifiesto titulado “Llamado a la conciencia de la dominicanidad”, del 30 de marzo de 1992, la Unión Nacionalista expresó: “La inmigración ilegal de nacionales haitianos a territorio dominicano es un nuevo episodio de las conflictivas relaciones con la vecina nación de Haití, y ha sido un ariete permanentemente esgrimido contra la soberanía dominicana”. Se estimaba que para marzo de 1992 había más de ochocientos mil haitianos buscando su supervivencia en suelo dominicano, cifra triplicada en los actuales momentos.
En consecuencia, no se trata de un problema que existe en la imaginación popular, sino de una realidad que debe ser enfrentada inmediatamente. En ese mismo documento se indica: “Las naciones grandes y poderosas responsables del empobrecimiento de Haití, se lavan las manos, pretendiendo que el peso del problema haitiano recaiga únicamente sobre los dominicanos, siendo causa de múltiples problemas a la Nación Dominicana. Principalmente políticos y económicos, pero también de preservación de nuestros escasos recursos forestales. La fusión de los dos pueblos en uno-que es el objetivo de políticas internacionales-implica ciertamente la desaparición de la nación dominicana a mediano plazo. Este designio debe ser firmemente rechazado”. Todo lo que está sucediendo actualmente fue vaticinado hace 29 años.
En efecto, la Unión Nacionalista predijo las adversidades por las que ahora atravesamos, gracias a la desidia y corrupción de sucesivos gobiernos, que han descuidado los temas fundamentales del país. Más todavía, formuló señalamientos precisos sobre temas económicos como el descuido de la agricultura, la reforma agraria, la reconversión de la deuda, la privatización, entre otros. Asimismo, este movimiento abordó con propiedad todo lo relativo a la pérdida de la identidad nacional, la inversión de valores, la reducción y penetración del mercado interno, la falta de credibilidad en la democracia y la pérdida de calidad de vida de los dominicanos. En un manifiesto a la nación, del 28 de mayo de 1992, apuntó: “La nacionalidad, la soberanía y la identidad de la nación son subordinadas en la actualidad a la voluntad foránea. Repetidos hechos de reciente ocurrencia lo demuestran palmariamente, y nos liberan de una vergonzosa demostración, pero nos obliga a denunciarlos, por estar enderezados todos ellos a la planeada disolución y extinción de la República. Estos valores, junto a la integridad territorial de la Nación Dominicana, son innegociables y sólo a los dominicanos compete determinar su futuro (…)”.
No cabe la menor duda que los miembros de esta agrupación no partidista, de profundo sentido nacionalista, jugaron un papel estelar en la última década el pasado siglo. Sus pronunciamientos, denuncias y observaciones sobre múltiples temas han sido confirmados con el paso del tiempo: supremo rector de todos los acontecimientos sociales. Los inmigrantes dominicanos que hoy se encuentran en los Estados Unidos, así como el éxodo haitiano hacia nuestro territorio, son el producto de una economía de servicios impuesta por los Estados Unidos para manipular flujos migratorios. Si bien es verdad que las personas se ven compelidas al exilio económico para buscar una mejor esperanza de vida, no menos cierto es que la esencia de cada comunidad es permanente, invariable e indisoluble. El sentimiento nacional es perpetuo, independientemente de que agrupaciones como Unión Nacionalista no se encuentren entre nosotros para continuar orientándonos. Afortunadamente han dejado plasmado su testimonio para la historia.
Ahora, que ha surgido un debate por la canalización de un río fronterizo y los problemas se han agudizado, pienso en la falta que hacen agrupaciones como Unión Nacionalista. Oportuno es reconocer que los que todavía se encuentran entre nosotros han permanecido firmes y coherentes en la defensa del interés general. Para ellos nuestro sincero reconocimiento, gratitud y admiración. Pero no debemos dejarlos solos en este desigual combate contra poderosos intereses foráneos. Todos los dominicanos, independientemente de banderías políticas, debemos realizar un esfuerzo por rescatar y preservar sus ideales, los cuales se encuentran inspirados en los que en su momento enarbolaron los Padres Fundadores de nuestra nacionalidad, para mantener así la cohesión social necesaria que nos permita repudiar los planes de disolución social ideados por sectores interesados. En las próximas entregas continuaremos desentrañando estos documentos históricos de la Unión Nacionalista, por constituir un faro de luz en estos aciagos momentos por los que atravesamos.