Periódico Digital de República Dominicana

Diálogo en la Guerra Patria, en 3 horas y media…

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Un Junio 15, 1965: A las decenas de muertos y cientos de heridos que las tropas invasoras causaron el 15 de junio del 1965 y que Francisco Caamaño consideró “un genocidio sin precedentes en la historia dominicana”

Por: Efraín Castillo

8 a.m.

—LAS COSAS ESTÁN por arreglarse —dijo Miguel a Pérez, mientras limpiaba el viejo revólver Enriquillo—… Hoy viene Ellsworth Bunker a conversar con Caamaño. Espero que todo se solucione… ¡Ya vamos para dos meses de lucha!

—¿Será para eso que Silvano desea vernos en el cine Santomé a las diez de la mañana? —preguntó Pérez.

—Tú conoces a Silvano mejor que yo, Pérez. A lo mejor nos pide que hagamos un piquete frente al Edificio Copello para molestar al emisario yanqui…

—No sé tú… pero no sería mala idea.

—¿Por qué dices eso?

—Yo desconfío del maldito Bunker…

—¿Por qué desconfías de él? Desde que llegó al país las cosas han mejorado…

—¡No lo creo, Miguel! ¿No has notado que antes de sus visitas a nuestra zona nos arrecian los bombardeos? ¿Quién crees tú que ordena a los brasileños disparar a mansalva todas las noches por los lados de la Pasteur? ¿Consideras que los bombardeos brasileños los ordena Panasco, el jefe nominal de la FIP? Esos tiroteos son ordenados por el general Bruce Palmer, obedeciendo una estrategia de Ellsworth Bunker, como antes se lo mandaba McGeorge Bundy, quien fracasó con la fórmula de llevar al ganadero vegano Antonio Guzmán a la presidencia provisional. ¡Ese viejito, a la larga, se saldrá con la suya! Yo no me hago ilusiones, Miguel. Explícame si los que defendemos estas pocas cuadras de ciudad colonial tenemos alguna salida… ¡Explícamelo! Al sur tenemos el mar caribe, al este el río Ozama, al norte el desgraciado cordón yanqui… y al oeste están los brasileños y paraguayos… ¡Y Bunker sabe eso! La única esperanza posible es el mundo… ¡y el mundo nos queda lejos, muy lejos, Miguel! Por eso verás muy pronto que las propuestas de Bunker serán aceptadas y es por eso que desconfío de él. Además de ser gringo, escuché hace un par de días por Radio Habana su pedigrí completo…

—¿Qué… qué tiene de extraordinario su pedigrí?

—El tipo proviene de una familia dedicada al azúcar y es un experto negociador al que Truman nombró, en 1951, como embajador en Argentina y luego prosiguió la carrera diplomática en Italia, India y Nepal.

—Bueno… el sujeto es experto en el negocio azucarero y también diplomático… ¿y qué?

—Según Radio Habana, dondequiera que Bunker llega los yanquis se salen con la suya y por algo Lyndon Johnson nos mandó este regalo envenenado con experiencia en el negocio del que dependemos… ¡el azúcar! ¿Acaso no sabes, Miguel, que las culturas de la plantación, a la que pertenecemos nosotros, adolecemos de muchas debilidades?…

—¿Cómo cuáles?

—¡De muchas! Pero la principal es la emoción… ¡Somos demasiado emocionales, demasiado dados a lo repentino, al actuar sin pensar! Bunker lo sabe y por eso Johnson lo envió en lugar de Bundy… Ya verás como sus propuestas se apoyarán en la fuerza, en tumbarnos el pulso a base de mostrar superioridad en todos los órdenes. Así operaban Alejandro Magno y Julio César: primero tumbaban el pulso y luego proponían…

—¿Sabes algo, Pérez?

—Depende de lo que sea, Miguel… ¿De qué se trata?

—Creo que te estás volviendo paranoico…

—Podría ser, Miguel… la paranoia la remolcamos la mayoría de los dominicanos como una carreta llena de sustos desde el 1930… Recuerda que Trujillo fue una invención imperial y nos lo dejaron porque sus planes de extender la primera invasión hasta el 1934 se les hizo difícil por el acoso de Peynado y los hostosianos… ¿O crees que no? El propio Silvano lleva siempre en la mochila una muda de ropa interior y un cepillo de dientes… ¿Crees, acaso, que eso no contiene algo de paranoia?

—Eso es precaución, Pérez… ¡no lo confundas!

—¿Y qué crees que es la paranoia, Miguel? La paranoia, más allá de la manía persecutoria, encierra desconfianza y angustia extrema…

—Pero lo tuyo, por lo que veo, es delirio de persecución…

—¿Lo dices por mi alusión a Bunker?

—No, no lo digo por eso.

—¿Entonces?

—Lo digo por tu desconfianza… ¿Acaso no crees que los gringos desean terminar esta hostilidad a como de lugar?

—Sí, lo creo así, pero con mucho énfasis en eso que señalaste…

—¿En qué?

—En ese a como de lugar… y con seguridad desean llegar a un acuerdo que les beneficie. Recuerda que desde Bahía de cochinos y la crisis de los cohetes de 1962, los yanquis no han tenido triunfos bélicos ni diplomáticos. Esta revolución y su metida de pata al invadirnos representa para ellos una oportunidad dorada para desagraviar sus errores.

—La verdad, Pérez… que no te comprendo.

—¡Ya veras que tengo razón, Miguel! Aunque no nos demos cuenta desde esta jodida trinchera, desde este bosque incinerado y tortuoso, el mundo entero tiene sus ojos puestos en nosotros… en esta invasión infame que estamos padeciendo y por eso, no lo dudes, Washington nos ha enviado este caballo de Troya que se llama Ellsworth Bunker. Por eso… no lo dudes, Miguel… este no será un 15 de junio cualquiera… ¡Ya lo verás!

10 a.m.

EN EL INTERIOR del cine Santomé, Pérez se acomodó al lado de Oviedo y Franklin Mieses Burgos, quienes fueron los primeros en llegar a la reunión del martes, 15 de junio, a las diez de la mañana, convocada por el Comando de Artistas, capitaneado por Silvano Lora.

Fuera del cine, el sol del verano quema los edificios altos de la calle El Conde, entre los cuales sobresale el Copello, donde Francisco Caamaño y los miembros de su gobierno en armas aguardan la visita de Ellsworth Bunker, el negociador enviado por Lyndon Johnson para buscar una solución a la revuelta popular comenzada el 24 de abril pasado.

Mieses Burgos, según le reveló a Pérez, deseaba que la reunión terminara antes de las doce porque tenía una cita con sus hijos Franklin y Armando, a quienes referiría los pasos a seguir si perdía la vida en la revolución. Oviedo, por lo manifestado a Silvano al entrar al Santomé, acudió a la cita por solidaridad al Comando de artistas, ya que estaba realizando un mural con el tema de la revuelta. Miguel debía entrar a las once y treinta a relevar a Iván García en los micrófonos de la radio que operaba la dirigencia revolucionaria desde el edificio Copello.

Pérez, por su parte, quien tenía a su cargo las funciones de comisario político de los comandos de San Antón y Santa Bárbara, anhelaba que el mitin fuera corto para instruir a sus hombres en los horarios de servicio y poder acudir a la cita que tenía con Amanda Sutton, la muchacha llegada al país desde Nueva York el jueves 22 de abril y a la que atrapó la revolución en una de las callejuelas de Santa Bárbara, en las proximidades del Timbeque, donde el CEFA tenía francotiradores.

10:10 a.m.

Cuando la mayoría de las butacas del cine fueron ocupadas por los invitados a la reunión, Silvano dio las gracias a los asistentes por su presencia y antes de comenzar a expresar los motivos del acto, sonó el primer cañonazo disparado por las tropas invasoras desde los Molinos Dominicanos, la fábrica de harina ubicada al otro lado del río Ozama.

Cuando sintió el estruendo, Miguel miró a Pérez con una expresión de asombro y éste le sonrió a pesar del revuelo provocado por el disparo.

—¿Lo estás oyendo, Miguel? —le preguntó Pérez, con un dejo burlón mientras Franklin Mieses se ponía de pie, exclamando:

—¡Malditos yanquis! —a la vez que caminaba rápidamente hacia la calle.

Tras la vocinglería originada por el bombardeo, Silvano recogió los papeles que había colocado sobre una mesita en el proscenio y gritó para que todos escucharan:

—¡Esos son los disparos del imperio para amedrentarnos! ¡Pero no pasarán! —Y al decir esto, bajó de un salto a la platea, exhortando a todos para que se dirigieran a sus puestos de combate—. ¡La lucha será larga, camaradas! —expresó y salió disparado hacia El Conde.

—¿A dónde te diriges, Pérez? —preguntó Miguel.

—¡Voy para Santa Bárbara! —respondió Pérez—. ¿Ves que tenía razón, Miguel? Puedes apostar a que mañana vendrá Bunker con alguna propuesta innovadora, pero beneficiosa para los yanquis… ¡ya lo verás! —Entonces Pérez, dirigiéndose a Oviedo, le preguntó—: ¿Hacia dónde vas, Oviedo?

Con su peculiar metal de voz, Oviedo dijo a Pérez:

—Como lo mío es con el pincel, amigo Pérez, no me queda más remedio que responder al fuego con dibujos agitadas y colores encendidos…

—¡Vamos, amigo Oviedo! —expresó Pérez, y ambos encaminaron sus pasos hacia el noreste de Santo Domingo.

Los cañonazos llenaron los espacios de la vieja ciudad como truenos infernales y las calles se llenaron de humo y olor a pólvora. Los cristales de los edificios altos se volvieron añicos y las voces de los combatientes se confundían con el bullicio levantado por los hombres y mujeres que permanecían en la zona constitucionalista por adhesión a sus familiares y a los ideales revolucionarios.

Oviedo y Pérez corrieron hasta la calle 19 de marzo, guareciéndose de las balas a través de los corredores de las tiendas. Miguel alcanzó el edificio Copello y penetró a él, desde donde se integró a las noticias sobre el bombardeo que emitía la radio constitucionalista.

11:30 a.m.

MIENTRAS ASCENDÍA JUNTO a Oviedo los escalones de la calle 19 de marzo, Pérez caviló en los pueblos oprimidos de la historia. En todas aquellas etnias cuyas tradiciones habían sido pisoteadas por los conquistadores. ¿Cuántos pueblos del África Nilo-sahariana habrían quedado sepultados por los faraones sin, siquiera, ostentar una presencia trivial, una anécdota cabizbaja, un soplo de indignación tan ligero como una pluma?

¿Cuántas historias habrá sepultado la falange macedónica en su paso por Asia Menor, donde Alejandro se convirtió en Dios y ensombreció con sangre los senderos de la vida? ¿No habría, acaso, una pequeña historia de amor tan sublime y eterna como la de Verona, como la imaginada por Cervantes para que el Quijote perdurara como amante en su locura?

Los pueblos como el nuestro, pensó Pérez, sólo podrán ostentar la inmortalidad a través de la ilusión o, quizá, como esa Cuba —la gran pesadilla del imperio y por cuyo ejemplo nos volvieron a intervenir en este siglo—, que se ha atrevido a escupirle y gritarle a los devastadores en la cara sus abusos y desvíos.

Y mientras Pérez pensaba, Oviedo sacó de sus bolsillos un arrugado papel y un lápiz, y comenzó a dibujar… caminando ambos hacia el torbellino, hacia la difusa nostalgia que el 24 de abril había abierto en sus corazones.

Santo Domingo. Septiembre 24, 1965.