Periódico Digital de República Dominicana

La historia como sospecha 

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Quien pierde sus raíces, pierde su identidad, 

y yo he cuidado mucho las mías 

José María Jover Zamora[1].

Por Efraím Castillo

Sobre la revolución y Guerra Patria de abril se han escrito cientos de ensayos, artículos, crónicas, fábulas, cuentos, novelas, poemas, especulaciones de ciencia ficción y, desde luego, miles de mentiras; todo apoyado en que aquel evento constituyó —junto a las luchas contra la primera intervención norteamericana y la dictadura de Trujillo— uno de los episodios de mayor relieve del Siglo XX en la historia dominicana. 

Por eso, alrededor del mes de abril de cada año surgen nuevos libros, artículos y declaraciones sobre aquel estallido heroico, anexándose a los ya asentados en librerías, bibliotecas y archivos. 

Y lo asombroso de todo es que cada libro, artículo, poema y obra de ficción sobre aquel abril trata de presentar la contienda desde diferentes interpretativas, pero enrumbado hacia la sospecha, hacia la vinculación o desvinculación de los hechos y sus protagonistas en actos de heroísmo o cobardía, de frustración o pasión.

Esos nuevos artículos y libros de historia que salen al mercado cada año, se unen a los ya escritos desde múltiples análisis:

1)      Julio César Martínez (¿Fue necesaria la Revolución de abril, 1972); 

2)     Fidelio Despradel (Historia gráfica de la revolución de abril, 1975);

3)     Juan Bosch —quien junto a Alberto Caamaño y Montes Arache, fue la figura protagónica de aquel episodio— (La guerra de la Restauración y la Revolución de Abril, 1980);

4)     Nicolás Silfa (Guerra, traición y exilio, 1980);

5)     Miguel Guerrero (La crisis dominicana, 1984); 

6)     Tony Raful (La Revolución de abril de 1965, 1985); 

7)     Víctor Grimaldi (El diario secreto de la intervención norteamericana de 1965, 1985); 

8)    Luis Homero Lajara Burgos (¿Por qué se produjo la revolución de Abril del año 1965, 1987); 

9)     Fafa Taveras (Abril, la revolución efímera. Testimonio y análisis, 1990);

10) Jesús de la Rosa (La Revolución de Abril de 1965, 2002);

11)  José Antinoe Fiallo Billini (Aprendamos de la insurrección del 24 de abril: Lo que se quería, lo que pasó y lo que podrá pasar, 2002);

12) Juan Pérez Terrero y Lipe Collado (gráficas y relatos de la Revolución de Abril de 1965, 2004);

13) Arlette Fernández (Coronel Rafael Fernández Domínguez, soldado del pueblo y militar de la libertad, 2005); 

14) Bernardo Vega (El peligro comunista en la Revolución de Abril, ¿mito o realidad?, 2006);

15)  Claudio Caamaño (Caamaño: Guerra civil 1965, 2007); 

16) José Antonio Núñez Fernández (La guerra de los locutores de abril 1965, 2010);

17)  Pedro Pablo Fernández (La otra guerra de abril, 2010);

18) Ángel Lockward (La leyenda de los hombres rana, 2010)…

19) John Bartlow Martin (El destino dominicano, 1965);

20)      Theodore Draper(The Dominican revolt; a case study in American policy, 1968);

21) José A. Moreno (El pueblo en armas. Revolución en Santo Domingo, 1973); 

22) Antonio Ricardi (La revolución dominicana de abril vista por Cuba, 1974);

23)Walter Bonilla (La Revolución de Abril y Puerto Rico, 2001);

24)Magdalena Cubas y Antonio Ferreira Ruiz (Memorias del coronel Roberto Cubas Barboza, Oficial Comandante de las tropas del Paraguay, integrantes de la Fuerza Interamericana de Paz, FIP, que ocupó la República Dominicana durante el conflicto de 1965, 2009);y

25) Fred Halliday y Hamlet Hermann (Caamaño in London: The exile of a Latin American revolutionary, 2010); entre otros.

Desde luego, otra de las inclinaciones literarias acerca de aquel glorioso abril de 1965 está dedicada a la ficción, a esa poética del esplendor que escarba los episodios donde el dolor se cuece junto al heroísmo y a la fogosidad cruda y que, en plena resistencia armada, llevó a escritores como Jacques Viaux, Franklin Domínguez, Miguel Alfonseca, Juan José Ayuso, René del Risco, Antonio Lockward, Iván García, Rafael Vásquez, Ramón (Chino) Ferreras, Añez Bergés y otros, a la producción de cantos, poemas, narraciones y artículos sobre lo que real —o imaginariamente— ocurrió en aquel asedio de tropas nacionales y yanquis, a los hombres que luchaban, primero por recuperar la legalidad del Gobierno Constitucional surgido a través de las elecciones de diciembre de 1962, y luego por oponerse a la intervención de tropas norteamericanas que desembarcaron el 28 de abril de 1965. 

Y esa abundante bibliografía de ensayos y ficción creció porque aquella resistencia se escenificó en una apretada geografía de algo más de cincuenta cuadras de hormigón y asfalto, correspondientes a la vieja ciudad intramuros y a cuatro del antiguo Ensanche Primavera, con linderos establecidos por la desembocadura del río Ozama, el Mar Caribe y las avenidas Máximo Gómez y San Martín. 

Esas apretadas cuadras, luego de la virtual derrota de las tropas wessinistas tras la caída de la Fortaleza Ozama y la impenetrabilidad del Puente Duarte,fueron cercadas por cuarenta y dos mil soldados norteamericanos, otros mil ochocientos setenta y cuatro de la llamada Fuerza Interamericana de Paz [la FIP, una estructura militar creada a-la-carrera por la OEA], integrada por soldados de:

* Honduras (250 soldados), 

* Paraguay (184 soldados), 

* Nicaragua (170 soldados), 

* Costa Rica (20 policías) 

* y Brasil (1250 soldados)[2], 

* además de veinte mil de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional del país.

Esa fuerza fue testigo de una de las mayores hazañas de heroísmo, traición, justicia, dolor, amistad, cobardía, venganzas, arrepentimientos, celos, egoísmos, vilezas, y de algo que jamás puede faltar cuando los odios estremecen la conciencia: de amor.

Por eso, sencillamente por eso, en los ensayos, anécdotas y ficciones, la Revolución de Abril se convierte en un actante[3], en una figura de la historia dominicana donde convergen los principales componentes ideológicos que se debatían en el mundo, a partir de octubre de 1917[4], con incidencias fundamentales en nuestro país:

a)     el velado fascismo mussoliniano que no sólo inspiró a Trujillo a través de su tutor mayor en las fuerzas norteamericanas de ocupación de 1916 —el oficial Thomas Watson, El Terrible Tommy[5]—,sino que sirvió de musaa Hitler y al historiador alemán Oswald Spengler;

b)     las incidencias desprendidas del new deal de Roosevelt;

c)      el cerco clerical tendido por la Iglesia Católica para combatir el comunismo;

d)     la Guerra civil española y el triunfo de Franco con el apoyo de Alemania e Italia;

e)     el exilio español republicano;

f)       el fortalecimiento del marxismo durante y después de la Segunda Guerra Mundial;

g)     el poder atómico;

h)    el establecimiento en Palestina de la nación israelita tras el Plan de Partición de la ONU en 1947;

i)       la Guerra de Corea;

j)       el auge creciente de la Revolución Cubana;

k)  la oleada guerrillera en Latinoamérica;

l)   las luchas contra el colonialismo europeo en África;

m)  el ajusticiamiento de Trujillo;

n)   la entrada masiva del exilio dominicano;

o)  el asesinato del Presidente Kennedy;

p)   el fortalecimiento de la Guerra de Vietnam; y

q)   los nacientes actos de terror y secuestros de aviones, personas y embajadas, 

Desde ahí, desde esa convergencia de enfrentamientos ideológicos que saturaban al mundo y al país se maquinó para derrocar a Bosch y organizar los odios, trepadurías, vilezas y acciones heroicas que desembocaron en la Revolución de Abril, y que a casi seis décadas del evento surja un nutrido sendero bibliográfico de la historia dominicana apelotonado de teorías, revanchas y sospechas, relatadas a través de grandes y costosos esfuerzos. 

Afortunadamente, entre los títulos que aparecen cada año sobre aquel acontecimiento brotan algunos que otean —desde el tronco mismo del suceso— los rasgos ideológicos de los frentes sin el pesado lastre de las venganzas a posteriori.

Esta enorme relación de emociones y sentimientos puede verificarse [junto a las biografías escritas sobre los combatientes enfrentados] en los archivos públicos y secretos que transitaron antes, durante y después del evento, como las fotografías tomadas por artistas que expusieron sus vidas  durante las batallas, como Pérez Terrero[6], Milvio Pérez[7] y otros.

Para enriquecer y, eventualmente martillar en los resquicios que movieron la historia hacia ese abril esplendente, Víctor Gómez Bergés, cuya pasión de político ha cedido el paso a la de jurisconsulto de las causas asentadas en los bordes históricos [esos linderos plausibles de revisarse para dignificar lo causal, aquello susceptible a la modificación], ha desenterrado de los escombros de aquel Abril, un testimonio entreverado con los motivos fundamentales que se agruparon para confluir en la revolución. 

Gómez Bergés, que había dado muestras de su gran olfato para la investigación histórica en «Sólo la verdad»[8], [un texto donde narra el proceso de su campaña para aspirar a la Secretaría General de la OEA], y en «Balaguer y yo, la historia»[9], vuelve ahora con «Verdades ocultas del Gobierno Constitucional de 1963 y la Revolución del ‘65»[10], a investigar para la historiografía reciente del país muchos de los episodios que ciertas «verdades oficiales» ofrecían como válidas; sobre todo las provenientes de la trinchera ubicada en la Base Aérea de San Isidro, que ha concedido la menor documentación sobre su participación en la contienda.

Gómez Bergés, en «Verdades ocultas del Gobierno Constitucional de 1963 y la Revolución del ’65», remite a la sospecha, a la duda, mucha de la información registrada en las decenas de libros, ensayos, artículos y crónicas escritos para registrar aquellos sucesos, fortaleciéndose con aquella hermenéutica teorizada por Paul Ricoeur en «De l’interprétation – essai sur Freud», donde el filósofo francés traza un discurso exegético que incluye temas como la experiencia reflexiva fundada por Descartes.

La historia [que desde Heródoto partía de una logografía que seguía la arenga homérica], o como desde Tucídides [que levantaba actas probatorias de la veracidad narrada, pero violentaba sus consideraciones por los resentimientos provocados por su destierro], o como desde Polibio [que la universalizó a través de una interpretación donde primaba la hegemonía romana], o como desde San Agustín [que se ceñía a los discursos establecidos por el incipiente cristianismo brotado del «Concilio de Nicea», donde se dieron la mano Cristo y Platón], tuvo a partir de la publicación de «De l’interprétation – essai sur Freud» motivos de sobra para alborozarse: por fin había nacido una teoría de la sospecha para analizar —a través de una rigurosa hermenéutica— los discursos de Marx, Nietzsche y Freud, tres maestros que habían revolucionado las bases del pensamiento racionalista surgido a partir de la Revolución Francesa y crearon nuevos rumbos respecto al materialismo económico, a la ideología del poder, y a la interpretación y análisis del inconsciente. 

Ricoeur trazó vertientes  coincidentes respecto a que la conciencia en su conjunto es falsa: para Marx, se falsea o se enmascara por intereses económicos; para Freud por la represión del inconsciente, y para Nietzsche por el resentimiento del débil. 

A través de escuchar testimonios e investigar en libros, archivos y bibliotecas, Víctor Gómez Bergés va conectando y desconectando en su libro registros que no asienta como válidos hasta cruzar los datos y comprobar la veracidad de lo investigado, arribando a una proposición que muestra lo verídico, lo especulativo y lo falso de la historia escrita sobre la Revolución de abril y, lo más importante, en la motivación que dio origen al evento: el derrocamiento de Juan Bosch, el cual fue el detonante mayor de la revolución y guerra patria.

Al desmenuzar paso por paso las telarañas que envolvieron los dos meses anteriores a la toma de posesión de Bosch como presidente del país, Gómez Bergés arriba a la noción de que ya éste estaba, prácticamente, derribado. En esa noción, el historiador introduce, no sólo los odios y recelos de las jerarquías políticas y militares, alimentados por los cambios estructurales prometidos por Bosch durante la campaña electoral, sino a la falta de tacto político del propio presidente, al ausentarse por casi ocho semanas del país en una singladura que lo llevó a Nueva York, Washington, Londres, París y Bonn, aún humeante la pólvora y la sangre de Palma Sola, la brutal represión acaecida en la provincia de San Juan de la Maguana, a sólo ocho días del triunfo boschista, y en donde muere el general Miguel Rodríguez Reyes, a quien muchos señalaban como el próximo Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas.

Gómez Bergés, después de presentar los episodios que condujeron al triunfo electoral de Bosch, analiza secuencialmente los puntos que molestaron al gobierno norteamericano y a los sectores políticos nacionales que lo adversaban, propiciando a priori un caldo de cultivo hacia la consumación del Coup d’Etat:

a)     las declaraciones de Bosch a la prensa norteamericana de que el más urgente problema dominicano era la distribución de tierras entre los campesinos pobres y en cuanto a los problemas a largo plazo, el establecimiento de industrias ganaderas y mineras para sustituir el azúcar como primer artículo de exportación;

b)     la rescisión del contrato a la Esso Standard Oil para la instalación de una refinería de petróleo;

c)      la respuesta de Bosch al presidente Kennedy sobre el destino de las propiedades que pertenecieron a Trujillo, sus familiares y amigos[11];

d)     las declaraciones de Bosch acerca de que recibió en Europa tres veces más ayuda que la ofrecida por los Estados Unidos;

e)     el distanciamiento con el general Imbert Barrera; y

f)       el discurso sobre la aplanadora; entre otros.

Estas observaciones, que antes habían sido señaladas por otros historiadores, Víctor Gómez Bergés las coloca en la balanza de la sospecha, permitiendo que el lector arribe a conclusiones nunca antes codificadas en los motivos fundamentales que condujeron, primero al Coup d’Etat del 25 de septiembre de 1963, y luego a la revolución y guerra patria del 1965.

Gómez Bergés también se interna en la teoría de Ortega y Gasset de que «los ensayos sobre historia, todos, suponen que no hay una realidad última y propiamente histórica»[12]. Al respecto, Ortega y Gasset, para solidificar su teoría y sospechas del acontecimiento histórico, se refiere a la muerte de Julio César, preguntándose:

  «¿Hechos como éste son la realidad histórica? La narración de ese asesinato no nos descubre una realidad, sino, por el contrario, presenta un problema a nuestra comprensión. ¿Qué significa la muerte de César? Apenas nos hacemos esta pregunta caemos en la cuenta de que su muerte es sólo un punto vivo dentro de un enorme volumen de realidad histórica: la vida de Roma».

Y esto es lo que Gómez Bergés logra cuestionar en «Verdades ocultas del Gobierno Constitucional de 1963 y la Revolución del ’65»: 

«¿Fue la Revolución de Abril un acontecimiento como se ha tratado de vender o, por el contrario, respondió a una fenomenología que su tiempo atrapó y utilizó para descargar sus furias?»

Al igual que Paul Ricoeur, Víctor Gómez Bergés desenmaraña una historia que, a partir de «Verdades ocultas del Gobierno Constitucional de 1963 y la Revolución del ’65», no volverá a ser igual; porque tal como el filósofo francés, que no pretendió escribir un ensayo sobre historia, sino como él mismo explica, sólo «un debate sobre Freud», surgido de tres conferencias dictadas en la Universidad de Yale, en Estados Unidos, y complementadas por ocho conferencias dictadas en la Universidad de Lovaina, en Bélgica, el abogado e historiador dominicano no ha tratado de mitificar o desmitificar a héroes y villanos, sino de registrar una sospecha, reconociendo y ampliando las motivaciones de un evento que, para siempre, cambió, al erradicar lo que Karl Popper llamó «el elemento irracional de la intuición creadora»[13], la noción del espíritu y la cultura de la nación dominicana, intranquilizando o sosegando sus atrevimientos en el recorrido histórico.

Noviembre, 2010.

______

1. José María Jover Zamora, que fue considerado el gran renovador de la historiografía española y ganador en 1981 del Premio Nacional de Historia, solía pronunciar estas palabras cuando le hablaban de su Cartagena natal, ciudad que abandonó muy joven para estudiar Filosofía y Letras en las Universidades de Murcia y Central de Madrid.

[2]La FIP estuvo comandada por el General Brasileño Hugo Panasco Alvin.

[3]Actante para Lucien Tesnière —quien creó el término—, sirve para designar al participante (personal,  animal o cosa) en un programa narrativo. Posteriormente la semiótica lo amplió para no sólo distinguir al «personaje», sino como la figura o el lugar vacío en que las formas sintácticas o las formas semánticas se vierten (A. Greimas).

[4]El 25 de octubre de ese año el partido de los bolcheviques [que más tarde se llamó Partido Comunista de la Unión Soviética] se insurreccionó bajo el liderazgo de Lenin, alcanzando el poder en Rusia. 

[5] Thomas Eugene Watson —apodado «El terrible Tommy»—, que ostentó el rango de mayor de los USC durante la intervención yanqui de 1916 y más tarde el de general, fue uno de los principales tutores de Rafael Leónidas Trujillo y, a comienzos de los años treinta, agregado militar norteamericano en el país.

[6]Juan Pérez Terrero produjo durante los días que siguieron al final de la contienda la más dramática fotografía de la Revolución de Abril, donde presenta al dominicano Jacobo Rincón (Alias Senén Sosa) enfrentándose a un soldado invasor. La fotografía obtuvo el premio a la mejor fotografía otorgado por la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) y luego el de una de las mejores del Siglo XX.

[7] Milvio Pérez fue, sin lugar a dudas, el fotógrafo de la Revolución de abril. Sus fotos han servido para ilustrar novelas, testimonios, ensayos y poemas de las luchas durante y después del suceso, tal como las de la batalla del Hotel Matún, en Santiago.

[8]Obra publicada en Roma, en la editorial del Vaticano por autorización del Papa Juan Pablo II. 1985.

[9]Obra en dos tomos. Santo Domingo, Cuesta-Veliz Ediciones, 2006.

[10]Dos tomos. Cuesta-Veliz Ediciones. Santo Domingo, República Dominicana. 2010.

[11]La respuesta de Bosch a esa pregunta fue: los ingenios de azúcar serán puestos en manos de los trabajadores y administrados por medio de cooperativas. La firme creencia del pueblo dominicano [es] que las propiedades no deben regresar a manos privadas.

[12] En el prólogo escrito en 1923 por José Ortega y Gasset para la versión española de La decadencia de occidente, de Oswald Spengler, traducida por Manuel García Morente.

[13] Popper: Karl: La lógica de la investigación científica. Círculo de Lectores. 1995.