Estás ahí, Haití

Haití yace ahí, sin evocar
su esclavitud enclaustrada,
su hambre y abandono.
Yace ahí como una tumba
abierta mirando al África;
como una lágrima de mar y lodo,
como un espejo de pedernal y sal.
Y junto a Haití mi corazón se abre
como una grieta de surco hondo
vertebrando un dolor, una quiebra
de esperanza y una pena alojada
en un tiempo que ansía devorarnos.
Estás ahí, Haití, despedazada
bajo los escombros de los
que te miraron y faltaron.
Estás ahí, Haití,
como la montaña alta
donde Mackandal convirtió
el grito en frenético escozor
y Cristóbal edificó la trampa.
Estás ahí, Haití,
y aunque ni Napoleón ni los imperios
vencieron al África que llevas dentro
como un agónico resplandor,
el grito irrecuperable de tu odio
desangra y mella la gloria del pasado.
Pero por favor, Haití, que no estallen
las fantasías iracundas
como destellos de un destino ignorado;
que las voces estridentes,
esas que reverberan la melancolía
para trepar,
para escarbar y revivir estruendos,
señalen sin regurgitar la sangre,
las masacres y perjurios que sufrimos
en un escalofriante desfile de abusos
que se clavaron en nuestra espalda
durante veintidós años de injusticias.
Recuérdalo bien Haití:
como nación de brumas y dolores
sujetados a hilos, látigos y lenguas
cuajadas perennemente de latentes nostalgias,
tus amenazas y afrentas se cuecen
entre recuerdos que nosotros,
herederos legítimos de un juramento
sagrado
colmado de furias y lágrimas,
redimiremos en sinfín como aquel 1844
cuando Duarte, con aguerridos ecos de fusil,
pólvora y coraje, creó la sustancia profunda,
eterna y sagrada de la dominicanidad.