Oí de cosas, hace 68 años, que hoy aparecen con sus peligros
Recién graduado de abogado en el año ´54 del pasado siglo, estaba terminando una defensa de un conductor que había provocado un accidente con daños menores, pero que llevaba en su momento una botella de cerveza en sus piernas. Ésto agravaba su suerte, pues la temida Ley 2022 era severísima y esa circunstancia hacía de los juicios correccionales un verdadero espectáculo, como si se tratara de un asunto criminal, algo que parecía absurdo entonces, aunque hoy se podría añorar como deseable.
Un emisario de la Gobernación estaba invitando personalmente a los abogados de la plaza para asistir, al día siguiente, a un acto que se llevaría a cabo en una explanada junto al cementerio, donde de niño jugábamos pelota.
La única información que se nos daba era que se iba a exhibir algo promovido por la Embajada Americana. Resultaba extraña la invitación y en la noche nos dedicamos a analizar qué podría haber debajo de aquella convocatoria tan rara.
En efecto, una numerosa concurrencia se dio cita aquel día, ya bastante enterada de qué se trataba, pues de mañanita habían llegado dos vehículos pesados enormes con algún material, muy protegido por escolta militar abundante y mixta.
Cerca del mediodía comenzó a descubrirse la cuestión de saber, finalmente, para qué se celebraba esa reunión tan variada de profesionales, empresarios y munícipes distinguidos.
Se descubrió un enorme cohete, similar a los actuales misiles que protagonizan ahora las guerras y hasta se llegan a probar como capaces de hacer posible la extinción de la humanidad sobre la tierra. Desde luego, aquél que se nos presentaba era mucho más pequeño.
Llegó el Embajador y algún personal de Cancillería, más unos pocos oficiales de alto rango. Entonces, un diplomático, originario de Puerto Rico, habló, por fin. Se refirió a que habían pensado en reunir la gente en Sabana de la Mar, pero tomaron la decisión de hacerlo en San Francisco, por ser el más importante municipio de la región.
Pasó a disertar un mayor de las Fuerzas Armadas norteamericanas, si mal no recuerdo de nombre Guadalupe Sánchez, y nos dio una cátedra de lo que era el artefacto, que podría llegar a ser instalado en una estación-base en Sabana de la Mar, siempre que empeoraran las circunstancias de una guerra fría, que se libraba en medio de silencios insondables.
Sostuvo que era previsible el calentamiento de esa guerra cuando menos se pensara y que la situación geográfica nuestra podía serle importantísima para la instalación de medios de interceptación de ataques posibles.
Todos oímos sus razones y, en verdad, nos excitamos luego al grado de comentar que “algo gordo estaba por llegar”, pues Trujillo difícilmente iba a consentir una cosa así, a menos que tuviera informaciones graves de los yankees, relativa a sucesos tremendos por ocurrir.
Debo decir que nosotros salíamos de la Universidad bien preparados en nuestras disciplinas correspondientes, pero muy ayunos del conocimiento de las ciencias políticas y sociales. La Geopolítica era un verdadero tabú y sólo alcanzaban a familiarizarse con ella los inquietos de la cultura, que, al margen y casi de forma anónima, muy cautelosa, la exploraban asumiendo sus riesgos, por razones obvias.
Ahora, 68 años después, cuando el mundo cruje y los medios de difusión son tan sensacionales, me ocurre que recuerdo aquella cátedra in situ acerca de lo que podría venir como gran desgracia y confieso mi asombro; sobre todo, al ver el forcejeo geopolítico de hoy entre las Superpotencias, no sólo en las cuestiones más visibles, Ucrania y Taiwán, sino en la propia isla que asienta nuestro Estado Nación, así como al Estado colapsado vecino, quedando ambos por ser escenarios y partes beligerantes de un conflicto de envergadura descomunal.
Cuando la crisis de los Misiles de Cuba, se pensó en lo peor. Ahora podría ser más que una señal apocalíptica como aquella y las Islas Mayores del Caribe parecen tener la condición de augurales, sin que ésto implique superstición alguna en la creencia.
El mayor Guadalupe Sánchez, si es ese su nombre exacto, lo hizo saber brillantemente a quienes no lo presentíamos hace el tiempo mencionado, aquella mañana en el pequeño predio junto al cementerio de mi pueblo.
Para mí, que le estoy dando seguimiento al “juego de las escondidas” de las Superpotencias en el seno del Consejo de Inseguridad de ONU, me ha sido posible la experiencia, no sólo por el vacío y soledad en el tiempo de Pandemia, sino porque he tenido que bregar desde funciones públicas con un trastorno muy grave, no de tanta envergadura, el tráfico internacional de drogas, que fuera tan torpemente tratado por los llamados Plan Colombia e Iniciativa Mérida, que colocaron a este Caribe mayor a límites de desgracia pre-apocalíptica.
Me ha sido relativamente fácil conectar con la fluida realidad del presente, que parece muy empeñada en que venga a resultar que las bandas criminales que azotan al vecino sean promovidas a la condición de “guerrilleros idealistas”, manejando una nueva República Socialista del Siglo XXI.
He sostenido, no como conjetura, sino como cálculo de circunstancias, que esa posibilidad es la que puede incendiar la región.
De todos modos, me tranquiliza poder afirmar que no me preocupa que se me desoiga, como siempre. Los hechos, que son mis mejores aliados, se harán cargo de hacer la prueba.
Esta reminiscencia no deja de ser un cierto resabio de mi alma.