Periódico Digital de República Dominicana

Las Migraciones como arma Geopolitíca

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El día que la tierra sea sagrada muy pocos migrarán

Por: Alberto Ortíz

Las migraciones son un proceso natural: la especie humana es migrante. Los primeros cazadores y recolectores se expandieron por África, luego por Europa y Asia, y, por último, por lo que llamamos ahora las Américas, hasta llegar a cubrir la totalidad del planeta Tierra. Podemos decir que la migración es esencial, es consustancial al ser humano.  

Con el nacimiento de las primeras grandes civilizaciones, las razones de las migraciones eran otras, se buscaba generar diferentes espacios económicos debido a variadas circunstancias: se agotaba el espacio vital, cambios climáticos, guerras, o incluso se migraba por la misma necesidad de aventurarse en lugares totalmente desconocidos. 

Esto es normal, es necesario. Así se ha comportado la humanidad a lo largo de su corta historia. Sin embargo, lo que ha sido normal, y justamente a partir del nacimiento del mundo unipolar, con su bandera que se llama neoliberalismo, las migraciones toman otro sentido, las migraciones toman otro cariz, las migraciones se convierten en un arma geopolítica. 

Un arma geopolítica que se utiliza para desestabilizar espacios poblacionales. El poder de esta arma es generar caos, y, por medio del caos destruir los modos de convivencia. Los modos de convivencia son la aculturación natural, histórica, que han tenido los pueblos a través de los tiempos. Esta aculturación crea una manera, una forma, una razón para existir, una identidad. Un pueblo que no tiene identidad es un pueblo que no existe. Por eso lo primero que se tiene que destruir para controlar un pueblo es su identidad.

Las migraciones, como arma geopolítica, consisten en introducir grandes sectores poblacionales, generalmente paupérrimos, en otros sectores, también pobres, que no tienen la mínima capacidad para recibirlos. Los pueblos pobres receptores no están preparados ni económicamente, ni mentalmente, ni culturalmente, ni espiritualmente, para recibir otro pueblo igual de carente. Lo mismo podríamos decir de los países ricos que reciben grandes masas migrantes. Sin embargo, hay que señalar que una nación con recursos económicos, político-militares y culturales, no sufre el mismo desgaste social que sufre una nación pobre. Es así: no es para nada lo mismo Estados Unidos o Europa recibiendo migrantes que las migraciones entre los países de América Latina y el Caribe. Un país poderoso no pierde lo que es, un país pobre se diluye y se desdibuja.  

Desgraciadamente existen en nuestras latitudes sectores económicos que se aprovechan de los migrantes para explotarlos y prácticamente esclavizarlos. Son sectores apátridas, a los cuales no les importa destruir su propia nacionalidad con tal de enriquecerse utilizando la misera de los demás. Y aquí hay que distinguir entre el migrante y la migración. El migrante es el necesitado del planeta, las migraciones son ingeniería social. El migrante (en su mayoría) busca sobrevivir en un mundo que le es sumamente adverso. Las migraciones utilizan la miseria de los pobres para dominar a otros pobres.   

Los pueblos, instintivamente, defienden sus modos de convivencia, hacen lo que los ingenieros sociales llaman “xenofobia.” Los pueblos instintivamente saben que si pierden lo que son se pierden ellos mismos, y, al perderse ellos mismos saben que vivirán en un lugar de grandes conflictos, en un lugar sin sentido, sin razón, sin derrotero, con una esperanza muy disminuida para sus hijos y sus nietos.  

La solución para detener las grandes migraciones es muy sencilla: permitir que los pueblos tengan un desarrollo decoroso, que haya equidad en la distribución de la riqueza, que se dé educación pertinente y de calidad, salud para todos, dignidad para todos; o sea, un bienestar acrecentado y un respeto creciente para la tierra sagrada que nos vio nacer, y en la cual queremos morir. El día que la tierra sea sagrada muy pocos migrarán. La solución es muy sencilla, pero simplemente es una solución abominable para los grandes centros de poder del mundo y para sus lacayos nacionales.

Doctor Alberto Ortíz geopolitólogo, profesor de la Universidad de Costa Rica.