Periódico Digital de República Dominicana

Ingenios azucareros, esclavitud y rebeliones negras en Santo Domingo durante los siglos XVI y XVII

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El 2 de mayo de 1509 en las instrucciones dadas al nuevo gobernador de la colonia, virrey Diego Colón, el rey Fernando reiteró la prohibición de llevar negros esclavos a La Española

Por: Juan de la Cruz

La primera referencia de la presencia de negros esclavos en la Isla La Española o Santo Domingo está contenida en el numeral 23 de las Instrucciones de los Reyes Católicos al Nuevo Gobernador de las Indias, Frey Nicolás de Ovando, Comendador de Lares, expedida el 16 de septiembre de 1501, en Granada, España.

En ese importante documento expresaban que, con mucho cuidado, debían procurar la conversión de los indios a la Santa Fe Católica, razón por la cual debían poner algún tipo de impedimento a las personas sospechosas en la fe que pudieran interferir con ese propósito. En ese sentido manifestaban que no debían consentirse ni dar lugar a que a estas tierras llegaran moros, judíos, herejes, reconciliados ni personas nuevamente convertidas a la fe, salvo si fueren esclavos negros u otros esclavos que hayan nacido en poder de españoles cristianos, súbditos y naturales .

Es posible que ya para esa época hubiese en la colonia de Santo Domingo algunos negros esclavos que hubiesen venido en compañía de cristianos españoles que vivían en la Isla, pero probablemente en pequeñas cantidades, ya que apenas habían transcurrido nueve años de la llegada de Cristóbal Colón y su gente a estas tierras y existía todavía una gran cantidad de indígenas, tal como recogen diferentes fuentes de la época y posteriores, a quienes los Reyes Católicos querían ganar o convertir al catolicismo, razón por la cual solicitaban poner algún impedimento a todas aquellas personas que pudiesen mal influenciarles.

Cuando Cristóbal Colón llegó en el año 1492 a la isla La Española, había alrededor de 3 millones de indios, según planteó Fray Bartolomé de las Casas ; 1 millón 100 mil indios, indicó Bartolomé Colón entre los años 1496-1497; 1 millón de indios, manifestó el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo y 600 mil indios, tal como se consigna en una carta del 4 de junio de 1516, enviado por los Padres de la Orden de Santo Domingo , residentes en la Isla Española, a Mr. Xevres. Frank Moya Pons calcula que la población aborigen hacia el año 1494 era de 377, 559 indios; Sebastián Robiou Lamarche la sitúa en 350 mil indígenas, mientras que Roberto Cassá hace una estimación máxima de 300 mil y una mínima de 200 mil aborígenes.

Los historiadores Moya Pons y Franklin Franco Pichardo informan que en el año 1508 el Tesorero General de las Indias, Miguel de Pasamonte realizó el primer Censo de Población en Santo Domingo, el cual arrojó un total de 60 mil indígenas; en 1509 solo habían 40 mil indígenas; en 1510 el virrey Diego Colón hizo un nuevo censo de la población nativa, arrojando una cifra 33, 523 personas; en 1514 se hizo el Repartimiento de Alburquerque, el cual arrojó un balance general de 25, 503 indígenas y hacia el año 1518 la población aborigen era tan sólo de 11,000 personas. En 1519 se inicia la Rebelión de Enriquillo, lo que hace suponer que la población nativa no debía sobrepasar de 10 mil almas, mientras que, en el año 1528, en pleno apogeo de la Rebelión del cacique del Bahoruco, la población nativa era tan sólo de 4,500 personas y en 1535 la población aborigen era de apenas 200 aborígenes.

En el descenso constante de la población aborigen de La Española, si bien incidieron de forma importante las enfermedades, los suicidios colectivos e individuales y otras causas, lo que más contribuyó a la desaparición de la población indígena fueron los tributos en oro y algodón, los trabajos forzados de las minas, el repartimiento de los indios a los españoles y la implementación del intensivo sistema de encomiendas, lo que trajo consigo que varios caciques y trabajadores aborígenes de las haciendas agrícolas se rebelaran para lograr su libertad o alcanzar mejores condiciones de vida y de trabajo.

Con el ocaso estrepitoso de los pobladores aborígenes en la isla de Santo Domingo, los colonizadores españoles vieron la necesidad imperiosa de traer a la colonia La Española negros esclavos para el trabajo en las minas, en las plantaciones agrícolas y, posteriormente, en los trapiches e ingenios azucareros, llegando con Nicolás de Ovando en 1502 una cantidad importante de ellos en la tripulación que trajo consigo a 2,500 emigrantes.

Los negros esclavos que llegaron de España estaban acostumbrados a una vida similar a la de los siervos medievales de la época, situación que cambió radicalmente al llegar a la isla, ya que ese tipo de paternalismo fue suplantado por largas jornadas de trabajo, un trabajo más rudo y un trato totalmente humillante.

Los peninsulares llegaron con un deseo inmenso de enriquecerse rápidamente y a como diera lugar, lo que los llevó a someter a sus esclavos negros a un sistema de explotación económica intensivo. Esta situación tan dramática en las minas de oro llevó a que muchos de los negros esclavos que había en la isla huyeran a los montes, se juntaran con los indios y les enseñaran “malas costumbres”, al tiempo que no se dejaban coger fácilmente, lo que motivó a Ovando a pedirle a los Reyes Católicos a que prohibiesen la entrada de éstos a La Española.

La petición de Nicolás de Ovando a los Reyes Católicos fue acogida favorablemente, mediante Cédula Real del 29 de mayo de 1503, despachada en Zaragoza. En esta se le comunicaba a Ovando que tal como había pedido no se le enviaran negros esclavos a la isla La Española, ya que los estaban en ella habían huido a los montes. Esta medida fue revocada por el rey Fernando el Católico, inmediatamente después de fallecer la reina Isabel I, ya que ello atentaba contra sus intereses económicos, vinculados a la explotación colonial, necesitada de mano de obra esclava. Es así como en la Cédula Real del 15 de septiembre de 1505, expedida en Segovia por el rey Fernando en respuesta a una carta que le envió Nicolás de Ovando, donde solicitaba se le remitiera más negros esclavos, el soberano decía lo siguiente: le enviaría hasta cien esclavos para que ellos recojan oro para la corona, que con cada diez negros ande una persona que recaude el oro que se hallare y, al mismo tiempo, se le prometía a aquellos esclavos que trabajen bien y recojan más oro, se le daría como recompensa la libertad.

Esto quiere decir que desde 1505 se inició la importación masiva de negros esclavos a la Isla Española con la autorización por parte del rey Fernando a la Casa de Contratación de Sevilla de enviar cien de ellos, a requerimiento del propio gobernador de la colonia, Frey Nicolás de Ovando, ya que la mano de obra indígena era insuficiente para llevar a cabo los trabajos de explotación de las minas de oro. Es tan así que el rey Fernando motivado por el afán de lucro llegó a prometer la libertad de los negros esclavos, si estos se entregaban en cuerpo y alma a las labores de búsqueda de oro para él.

El 2 de mayo de 1509 en las instrucciones dadas al nuevo gobernador de la colonia, virrey Diego Colón, el rey Fernando reiteró la prohibición de llevar negros esclavos a La Española, a menos que hubiesen nacido en poder de los cristianos súbditos y naturales. Sin embargo, el criterio económico se impuso frente a las restricciones de carácter religioso, lo cual se puso en evidencia el 22 de enero de 1510, donde autorizaba de nuevo a la Casa de Contratación de Sevilla a despachar 50 nuevos esclavos negros, pero con la condición de que fueran los mayores y más fuertes que se encontrasen, ya que los indios eran más débiles y de poca fuerza, quienes no podían “romper las peñas donde el oro se halla”.

La introducción de negros esclavos proseguiría de forma ininterrumpida en los años subsiguientes en mayor o menor medida como resultado de las licencias otorgadas por el rey Fernando a particulares, ya que esas licencias otorgadas a razón de dos ducados por cabeza eran fuentes de ganancias para la corona, para nada despreciable. Con el deceso del rey Fernando el 23 de enero de 1516, asume como Regente de la Corona el Cardenal Cisneros hasta la llegada del nieto del rey fallecido, Carlos I, quien de inmediato tomó como una de sus primeras medidas la prohibición de la introducción de esclavos negros en La Española.

No obstante, algunos autores entienden que la verdadera razón de esa medida fue su decisión de detener el cada vez más importante contrabando de esclavos hacia las colonias, a fin de reiniciar la trata con un sistema de controles que permitiera al Estado español no perder su porcentaje en tan lucrativo negocio. En consecuencia, siendo esa la finalidad, no sorprende que antes del 8 de noviembre del año 1517, fecha en que también perece el Cardenal Cisneros, se hubiese vuelto a autorizar la entrada de esclavos negros en las Indias. Sólo que el envío que se hacía ahora no era de negros ladinos, sino de negros bozales, los cuales eran importados directamente desde África, quienes no sabían otra lengua que su lengua nativa.

Hacia la segunda década del siglo XVI se inicia un cambio económico radical en la isla La Española, lo que llevaría a los diferentes vecinos y autoridades coloniales a sustituir la explotación aurífera por el incentivo de la industria azucarera. Este cambio coincide con la salida de muchos españoles hacia Cuba y otros territorios de tierra firme e insulares, en busca de nuevos horizontes para lograr una mejoría económica. Para el año 1520 el cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo expresa que ya se habían instalado en La Española 24 ingenios y 4 trapiches, los cuales eran casi todos pertenecientes a funcionarios de la administración colonial, favoritos de la corona y de la alta jerarquía eclesiástica metropolitana, así como de algunos inversionistas emprendedores. En ese orden, Fernández de Oviedo destaca:

“Cada ingenio poderoso, está bien preparado, ubicado en zonas costeras, cuenta con un gran edificio, dispone de una fábrica de la casa en que se hace el azúcar y otra gran casa en que se purifica y se guarda. Hay algunos ingenios que pasan de diez y doce mil ducados de oro y más, hasta contener molino y agua corriente. Aquellos que tienen un valor de quince mil ducados, requiere tener por los menos ochenta, cien y hasta ciento veinte negros y algunos aún mucho más para que funcionen mejor, que estén cerca de un buen hato de un mil, dos mil o tres mil vacas para alimentar a los trabajadores del ingenio, así como también oficiales y maestros que hacen el azúcar y carretas para acarrear la caña al molino, para traer leña y gente que haga el pan, cultive y riegue las cañas y otras cosas necesarias y de continuos gastos”.

Como puede apreciarse, en los ingenios más poderosos se utilizaban entre 80 y 120 negros esclavos, lo que deja ver que ya para esa época en el país había una gran cantidad de negros esclavos, si se toma en cuenta lo que expresa el también cronista de Indias, Fray Bartolomé de las Casas, cuando dice: “de tal manera que se han traído a esta isla sobre treinta mil negros, y a todas estas Indias más de cien mil, según creo, y nunca por eso se remediaron ni libertaron los indios”.

Esto significa que para la década de 1520 en la Isla de Santo Domingo había ya una industria azucarera pujante, que fue impulsada aún más con los estímulos económicos que la Corona le otorgó a partir de 1521, lo cual se puede apreciar en las Cédulas Reales mediante las cuales se les otorgó diferentes préstamos a varios colonos azucareros: el 01 de diciembre de 1521 a Hernando de Gorjón se le otorgó 400 pesos; el 13 de diciembre de 1521 a Diego Caballero se le adjudicó 400 pesos; el 29 de abril de 1522 a Gonzalo de Guzmán se le entregó 400 pesos; el 27 de enero de 1523 al Lic. Antonio Serrano se le confirió 400 pesos; el 3 de febrero de 1523 a Pedro de Valenzuela se le concedió 400 pesos; a Fernando de Carvajal, Alcalde Mayor de Santo Domingo, se le cedió 400 pesos; el 8 de junio de 1523 a Diego Franco se le transfirió 200 pesos y el 24 de abril de 1525 a Francisco Tostado se le aportó 400 pesos, lo que suma tan sólo en esos cinco años un total de 3,000 pesos oro.

El crecimiento de la industria azucarera entre 1520 y 1550 fue tal que el 26 de diciembre de 1521 se produjo la primera rebelión de negros esclavos, debido al sistema de explotación que impuso en su ingenio el virrey y gobernador de La Española, Diego Colón, con la participación de 40 negros procedentes de la tribu de los Jelofes, quienes siguieron posteriormente a la finca del militar Melchor López de Castro, pereciendo varios españoles en ambos lugares y siendo finalmente apresados y ahorcados sus cabecillas varias semanas después.

El temor de que los negros esclavos pudieran superar a la población de origen español en Santo Domingo era cada vez más creciente, hasta el punto que el tesorero de la Isla, Miguel de Pasamonte, en el mes de noviembre de 1525 en carta dirigida al rey Carlos I de España y V de Alemania, le expresaba que había muchos negros en La Española y pocos españoles, ya que estos cada día se iban a las poblaciones nuevas que se estaban creando las tierras firmes y otras islas, lo que podría causar muchos daños a esta Isla. Esta situación se fue haciendo cada vez más preocupante para las autoridades coloniales y eclesiales de la Isla de Santo Domingo, hasta el punto de que el 24 de marzo de 1542 el Prelado Alfonso de Castro informa al Consejo de Indias que la población blanca se había reducido a 1,200 vecinos, quienes utilizaban en los trabajos de minas, estancias o ingenios azucareros entre 25 mil y 30 mil negros esclavos.

Entre las décadas de los años 1540 y 1550 en que la industria azucarera tuvo mayor auge, con el consecuente incremento de la importación de negros esclavos procedentes de diferentes tribus africanas en un número mayor de 30 mil y la intensificación del nivel de explotación de éstos. Esa situación motivó que aumentaran las rebeliones antiesclavistas tanto en forma de cimarronaje espontáneo como en rebeliones organizadas, encabezadas por los más destacados líderes negros del siglo XVI.

La primera gran rebelión fue encabezada por el negro rebelde Diego de Mendoza, quien en 1545 atacó un ingenio de La Vega con más de 100 negros rebeldes, luego pasó a San Juan de la Maguana y posteriormente se internó en la sierra del Bahoruco, donde sería eliminado por un contingente español a principios de 1546.

La segunda rebelión la lideró el negro Diego de Ocampo en 1546, quien en principio se movía en las inmediaciones de La Vega, pero posteriormente pasó a los ingenios de San Juan de la Maguana y Azua, quien con más de 200 negros rebeldes se sublevó en la montaña del Bahoruco. Después intentos de negociación con el nieto del Almirante del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón y Toledo, los cuales no prosperaron. Posteriormente fue hostigado incesantemente, lo que le llevó de nuevo a sus correrías por La Vega y Puerto Plata, hasta que en junio de 1556 llegó a un acuerdo con la Real Audiencia, en el que se le garantizó su libertad, la de su mujer y de dos primos, a cambio de servir a los españoles y dedicarse a perseguir a los negros cimarrones rebeldes.

De igual manera, Juan Vaquero, quien con alrededor de doscientos negros se sublevó en la sierra del Bahoruco, posteriormente negoció con los españoles a cambio de su libertad y de aquellos que se rindieron junto a él, a cambio de perseguir a los negros rebeldes de su raza. No obstante, fue asesinado a traición por los peninsulares.

La más destaca rebelión de negros esclavos en toda la isla La Española en el siglo XVI, la encabezó Juan Sebastián Lemba, cuyas huestes devastaron los predios de San Juan de la Maguana, Azua, Yaguana y el Cibao, procediendo a raptar negros esclavos en los ingenios y en las haciendas, así como también ropas, caballos y armas.

Con el paso de los meses, Lemba llegó a juntar más de trescientos negros y mantuvo en vilo la colonia por más de 15 años, hasta el punto de convertirse en el más famoso de todos los negros rebeldes en el siglo XVI, de quien los oidores Grajeda y Zorita decían que era “demasiadamente diestro y muy entendido en cosas de la guerra”, quien no solo atacaba a los españoles, sino también a los indios que vivían en las inmediaciones del lago Comendador, para vengar las persecuciones de que fueron objeto los negros rebeldes por parte del cacique Enriquillo y su gente años atrás.

La muerte de Lemba se produjo en septiembre de 1548, en un encuentro escenificado en la loma de la Paciencia, cerca de Río San Juan, en San Juan de la Maguana, luego de una implacable persecución de los capitanes Pedro Martín Agramonte y Villalpando. Por disposición de la Real Audiencia, la cabeza de Lemba fue llevada a Santo Domingo y, suspendida de un garfio, se colocó en una de las puertas de la muralla que se abría hacia la llamada Sabana del Rey, junto al fuerte de San Gil. Esa puerta fue conocida por mucho tiempo como la “Puerta Lemba”.

Desde finales del siglo XVI la colonia La Española fue azotada por piratas y corsarios ingleses, franceses y holandeses que la tomaron y saquearon constantemente, como fue el caso del pirata inglés Sir Francis Drake, quien sitió la ciudad de Santo Domingo desde el 10 de enero hasta el 9 de febrero de 1586, fecha en que se retiró tras haberla destruido e incendiado y recibir un rescate por un monto de 25 mil ducados de oro.

Cuando el gobernador Antonio de Osorio llevó a cabo las devastaciones de los años 1605 y 1606 con el objetivo de erradicar el contrabando de la población de las bandas norte y oeste de la Isla con franceses, ingleses, holandeses y portugueses, los negros esclavos eran alrededor de 10 mil.

Las 430 estancias agrícolas de jengibres y productos menores que existían contaban con 6,790 negros esclavos, con un promedio de 16 esclavos por estancia. La otra unidad productiva importante de la Isla de Santo Domingo eran los hatos, de los cuales se indicó existían un total de 190 hatos, con una población esclava de alrededor de 550 personas, lo que arrojaba un promedio de 3 esclavos por hato. Los demás esclavos estaban distribuidos en alrededor de 12 ingenios y trapiches que había en la Isla, los cuales contaban con un promedio de 66 esclavos, lo que ascendía a 792 esclavos negros en los ingenios. A estos se agregan los esclavos domésticos que servían a diferentes amos en la ciudad de Santo Domingo.

La colonia de Santo Domingo tras las devastaciones de Osorio de 1605 y 1606 entró en una miseria y una decadencia muy profundas como consecuencia directa del genocidio y el crimen ecológico cometidos por la corona del rey Felipe III y las huestes salvajes del gobernador Antonio de Osorio en las bandas Oeste y del Norte, arrasando con la flora y la fauna de las comunidades de Bayajá, La Yaguana, San Juan de la Maguana, Monte Cristi y Puerto Plata, al pegarle fuego y provocar un gran incendio en casi la mitad de la Isla.

Esa situación contribuyó a que la esclavitud a partir de entonces pasara a ser esencialmente patriarcal, con predominancia en los hatos ganaderos y en las estancias agrícolas. Los grupos rebeldes se alzaron en las estribaciones de la sierra del Bahoruco, en las lomas de Ocoa y en las inmediaciones del río Nizao, estableciendo en ellas palenques y manieles, donde vivían de la producción agrícola a pequeña escala y de la montería través de la caza de reses y cerdos cimarrones. En estos espacios alternativos y en la lucha por la preservación del territorio ante las constantes incursiones de naciones poderosas extranjeras, se fueron tejiendo los hilos de identidad de la cultura criolla mulata, que luego derivaría en la cultura nacional popular dominicana.

Juan de la Cruz: Profesor de la UASD, Historiador, Comunicador Social y Filósofo.