Periódico Digital de República Dominicana

Perú, Ucrania: dos realidades disímiles, un mismo espíritu

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La oligarquía de Perú es la imagen en el espejo de la oligarquía de Argentina, ésta de la oligarquía mexicana, ésta de la brasileña. Todas crueles, frívolas, racistas y clasistas

Por: Alberto Ortíz

Siguiendo lejanamente a Hegel, es dable aseverar que el trabajo del filósofo consiste en desentrañar su propio “momento histórico”. Es decir, el filósofo busca develar esas oscuras fuerzas que devienen en un determinado tiempo en un determinado espacio. Esas fuerzas oscuras configuran la realidad, la cual es compleja y alambicada, sagrada y profana a la vez, etérea y corpórea al mismo tiempo. Hegel llamaría “espíritu” a esta dinámica generadora de circunstancias. En este mundo actual de hiperrealidad ese “espíritu” se mueve a todo lo largo y ancho del planeta, así como en las profundidades de sus dimensiones sutiles y burdas. Es esa la razón por la cual el sistema planetario (lo biótico y lo abiótico) está rudamente imbricado, tanto que su movilidad y su evolución están atrofiadas. No es posible un ajuste en un mínimo vector, sin que tenga serías repercusiones en otros vectores, y, por lo tanto, en la estabilidad global del sistema. El “espíritu” ahora más que nunca abarca el cosmos: nada hay entre cielo y tierra que esté fuera de su omnipotente influjo. 

            Pudiera servir de ejemplo a lo anterior dos realidades muy disímiles en espacio y circunstancia: la guerra que se libra entre las grandes potencias del globo en Ucrania y la lucha de un pueblo ancestral por visibilizarse en Perú. 

En Ucrania se ha abierto una grieta inmensa en el sistema; grieta que lo está resquebrajando. El resultado de esa contienda determinará la forma social que asumirá la humanidad en lo que queda de este siglo XXI, y muy probablemente en buena parte del siglo XXII. El triunfo de uno u otro actor en el campo de batalla creará un sunami que golpeará todos los continentes, todas las islas, y configurará de manera determinante la estructura de poder mundial en la inmensa variedad de sus aristas, desde la sensibilidad espiritual hasta la raigambre material. En Ucrania la violencia de la guerra está pariendo el “Nuevo Orden de los Siglos”, que paradójicamente no será un orden estadounidense.

En Perú un espectro social, mínimo, ninguneado, explotado, invisibilizado, pero poseedor de una dimensión espiritual milenaria, se ha sublevado contra sus amos impuestos en esa barbaridad que los barbáricos han llamado conquista y colonización, y que los “conquistados y colonizados” han llamado genocidio. En Perú, en su careta externa, se gesta una lucha por los recursos naturales, por destronar a los corruptos de siempre, por sacudirse esa cleptomanía que ha sido llamada neoliberalismo. Pero en su careta interna, en Perú se lleva a cabo una lucha atávica: una “sabiduría” milenaria intenta irrumpir y desbaratar (como el magma que fluye del volcán arrasando todo a su paso) la insulsa ideología occidental y sus detentadores: o sea las élites oligárquicas de los países latinoamericanos. Oligarquías exactas todas entre sí como imágenes en espejos repetidos. La oligarquía de Perú es la imagen en el espejo de la oligarquía de Argentina, ésta de la oligarquía mexicana, ésta de la brasileña. Todas crueles, frívolas, racistas y clasistas hasta más no poder, todas poseídas por la absolutez de su verdad. En los Andes Centrales (no solo en Perú), tierra sagrada y asiento de una de las seis civilizaciones originarias del planeta, la violencia está pariendo “un nuevo hombre”; la violencia está pariendo “La Raza Cósmica”.

¿Cuáles son los vasos comunicantes que amalgaman en un mismo fenómeno una guerra entre los sustratos hegemónicos del astro y una rebelión de unas culturas antiquísimas contra la casta brutal que las ha subyugado? Se puede cuestionar de otra manera: ¿cómo se desenvuelve el “espíritu” en uno u otro lar evidenciando circunstancias aparentemente disímiles, pero siendo “Él” único y absoluto? Se podrían intentar algunos acercamientos. 

Primero, y aunque parezca una verdad de Perogrullo, las dos violencias son del futuro. Sí, sí, la guerra es ahora, la rebelión es ahora, pero en realidad están sucediendo en el porvenir. Es decir, aunque los muertos hayan muerto hoy, esas muertes son las que abonan la vida futura. 

Segundo, un “nuevo orden de los siglos” no sería posible sino nace un nuevo ser humano; más aún: la humanidad no ha nacido, hay personas, hay culturas, hay incluso civilizaciones, pero la humanidad, la entelequia de la humanidad, no ha arribado todavía a este planeta. La historia del hombre es hasta este momento la historia de los individuos. Por mucho que los filósofos y los científicos sociales hablen de sociedades, se refieren en realidad a personas en ámbitos comunitarios. No podemos hablar de la historia de la humanidad, simplemente porque no ha existido nunca la humanidad. Un nuevo ser humano implica un humano ya humano, un individuo humanizado y una humanidad individualizada. 

Tercero, esa vida futura es un escenario incierto, difuso. Bien podría, suponiendo que nazca la humanidad, arribar para todos los seres humanos y el planeta un glorioso periodo de elevación, en donde se hagan realidad los más caros sueños de la especie: armonía y fraternidad entre todos y con todo el universo manifestado. O bien podría arribar un periodo de disolución, donde nunca nazca lo que somos, y lo poco que hemos sido sucumba en la oscuridad de la extinción y la destrucción planetaria. Y entre esos dos escenarios polarizados podrían acontecer todas las situaciones posibles. Por ejemplo, un periodo híbrido: gran desarrollo humano en algunas regiones, y otras regiones en la barbarie total, y por supuesto, guerra y desestabilización entre esas zonas antípodas. Nosotros, todos nosotros, tenemos participación directa en esa elección. Podemos escoger, mas, sin embargo, no podemos elegir. 

Doctor Alberto Ortíz, Escritor, Geopolitólogo, Profesor de la Universidad de Costa Rica.