El Bolero quemante de La Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre
La Feria, inaugurada en 1955 en conmemoración del 25 aniversario de la Era de Trujillo, se convirtió en lugar por excelencia para las noches-madrugadas ebrias de chulería y los pasadías bailables dominicales
Como alternativa al gran salón de baile formal de hoteles, night clubs y centros sociales exclusivos. A la manera de una suerte de «querida» escondida, como se estilaba tener entre la clase media en aquellos años de machismo desembozado y vida más barata. O simplemente como meca recreativa para gente de extracción popular y visitantes del interior. Así se desarrolló el espacio bailable de la Feria. Allí, bajo techos de cana acogedores, merengues, chachachás, guarachas, sones y un bolero menos acartonado y más licencioso, tuvieron su oportunidad de despliegue sensual y mulato. Allí, como una arena de la tolerancia, acudíamos mozalbetes gozadores, tras la concreción del sueño de graduarnos rápido de adultos, al redoble de un mambo rumboso de Pérez Prado. «!Mambo, qué rico el mambo!»
La Feria de la Paz, inaugurada en 1955 en conmemoración del 25 aniversario de la Era de Trujillo, se convirtió en lugar por excelencia para las noches-madrugadas ebrias de chulería y los pasadías bailables dominicales. Era un ambiente relativamente más formal, seguro y abierto que los oscuros y riesgosos cabarés de la parte alta de la ciudad. Los destinos after-hours más populares de aquella ciudadela de líneas arquitectónicas futuristas eran los centros de baile Típico Najayo, que arrancó en 1957 y fue rebautizado Típico Quisqueyano tras el ajusticiamiento de Trujillo -al aludir el toponímico al paraje en que se hallaba la casa de playa favorita del dictador. Y el Típico B, identificado por la gente como La Gallera dada su forma circular y techado en cana.
En los años 60, cuando las boites se pusieron de moda como lugares de sociabilidad danzante, se agregaría la oferta de La Pipa, un piano bar y boite en el que amenizaba Panchito Martín Mena y al cual solía asistir el querido maestro Luis Alberti, ocupando el teclado en tardes dominicales. Seguido en los 70 por el Bim-Blam (reciclado luego como Fantasy) de Edmón Elías, hábitat del inigualable Julito Deschamps, ubicado en la esquina del Maunaloa Night Club.
Cierre obligado de la romería bohemia capitalina de los 50 y los 60 (mejor decir ronería con escalas en las estaciones etílicas Bermúdez, Brugal y Barceló), en la Feria se daban cita amantes clandestinas, hermosos «cueros de cortina» y una que otra mujer valiente que se atreviera «al qué dirán». Allí, la carne mulata fresca era presa codiciada por chulos consagrados, guardias «cuadrosos» y muchachos principiantes que sacaban a bailar a las hembras disponibles, con más miedo que vergüenza. En la pista, los cuerpos sueltos o entrelazados, conforme al género musical, desplegaban una lidia de ataque, defensa y entrega, en ritual inevitable. Cuando la dama cedía y se alcanzaba el ansiado contacto, ahí hacía su trabajo eficaz el quemante bolero.
En el Típico Quisqueyano reinaba el combo del pianista puertoplateño Ramón Gallardo -un fornido cabezón de ojos cansados, bigotes seductores, vestido con camisa de estampados floreados. Con un sonido estupendo para bailar y las limpias vocalizaciones de Rafael Martínez, un «indio» buen mozo de pómulos salientes, quien fuera parte del Trío de Carlos Taylor y cantante en la orquesta de los Hermanos Pérez. Si usted no bailaba La Mulatona -el bolero son de Piro Valerio, sacado de la artillería de la vieja trova romántica santiaguera y puesto a tono para mover caderas y glúteos apretados en la pista del Típico- no estaba en nada.
Rafelito Martínez (Santiago, 1925- Sto. Domingo, 2011) había actuado en las audiciones diarias de la HIZ con el Trío Taylor, grabando la guaracha Que malas son(«que malas son las mujeres/ que malas son/ que malas son cuando quieren») del propio Taylor. En La Voz de Fundación, en San Cristóbal, una emisora que dirigió el maestro Alberti, produjo un espacio en los 50 acompañándose a la guitarra. Para la época era cantante de planta de los Hermanos Pérez, que tocaba en el Hotel San Cristóbal y amenizaba fiestas en otras localidades. Con esta agrupación llegó al Típico Najayo, imprimiéndole su sello vocal al establecimiento. Luego se incorporó a la Orquesta Santa Cecilia.
La otra voz destacable, memorable, bailable y romántica de los ambientes de la Feria era la de Julito Deschamps (Santo Domingo, 1930-1985), fraguada en el mundo del cabaré de la parte alta de la ciudad (Yumurí, Recreo del Turismo, Taíno, Carioca). Quien escribe lo conoció siendo niño en la pista del Club de la Juventud con Morel y luego adulto lo alcanzó en el Bim-Blam, en La Barrica de Blanquita Sanz de la 27 de Febrero y en el Rancho La Campana. Una voz de fraseo largo, arrastrado, de gorjeo vibrante -mezcla de Benny Moré y Panchito Riset- medio aguardentosa, lubricada con ron.
Puro filin, del mejor, este de Julito Deschamps, quien tocaba el piano y se hacía acompañar de saxo y ritmo. Un manejo diestro de sus recursos y selección de primera calidad de los temas, la voz adelante en diálogo suelto, jazzeado, con los instrumentos en contrapunto, hacen de la audición de sus discos una experiencia grata repetible. Con amigos como Luis Rodrigo, Ramoncito Auffant, Moncho Puig, Papi Quezada, Orlando Gil y Félix Germán, aterrizábamos en romería por los fueros de «Julitro», como acostumbraba a designarlo Luis.
Sus grabaciones discográficas contienen algunos de los mejores boleros latinoamericanos y dominicanos. El LP Julito Deschamps sólo para amantes trae temas consagrados del maestro Luis Arcaraz, como Quinto patio y Bonita. De los pianistas cubanos Oswaldo Farrés su emblemático Tres palabras y de Julio Gutiérrez su composición realmente Inolvidable. Del mexicano Chamaco Domínguez Miéntemey de nuestro Bullumba Landestoy ese Pesar al que Toña la Negra le colocó alas inmortales.
La compilación de larga duración Que te vaya bien reúne boleros como el que le da título de Federico Baena, Que me importa de Mario Fernández Porta, Pecadora de Lara, Evocación de Papa Molina y Por qué de Bienvenido Brens, con un texto transido de fatalidad: «Por qué tus ojos /cuando me miran /son dos puñales /que lentamente /cortan las fibras del corazón /Por qué tu boca /tibia y lozana /me niega un beso.»
El álbum Todo me gusta de ti -sin referencias a los compositores al igual que los demás álbumes, un descuido a los debidos créditos- incluye temas como el corte que lo inicia de la autoría de Cuto Estévez, que lanzara Alberto Beltrán a rodar por el mundo, cuyo título original es Sortilegio. Asimismo, No vale la pena de Orlando de la Rosa, Amor perdido de Pedro Flores, Rival de Agustín Lara y Olvídame de Roberto Cole.
Otros elepés, como Julito Deschamps su piano y su voz, 15 Éxitos, y Julito Deschamps su piano y su voz en llorarás por mí, traen clásicos del filin como La Gloria eres tú de José Antonio Méndez, Tú, mi delirio de César Portillo de la Luz, Cómo fuede Ernesto Duarte, Cosas del alma de Pepe Delgado y Llorarás por mí de Radhjillo (nombre adoptado por Radhamés Trujillo para rubricar sus boleros, sin duda ayudado por manito de gato).
Uno entraba al Bim-Blam, oscuro, brumoso, cargado de humo ambiente, y se encontraba con Julito sentado junto al piano. Papelitos van y vienen desde las mesas. Coqueteo, cruces intermitentes de miradas. Los mozos portadores de peticiones: «Maestro, tóqueme Que me importa«. Un tema del jovial pianista cubano aposentado en Santo Domingo que animó con gracia los espacios de piano bar de los hoteles Hispaniola y Holiday Inn, y del night club Chantilly.
Entonces soltaba Julito su fraseo complaciente de este bolero buenazo: «Los ojos del sol se han cerrado/ y con ellos se ha ido la luz/ de violeta se viste la tarde/ porque pronto la noche vendrá/ Que me importa que venga la noche/ con su negra mantilla de tul/ si en el fondo de mi alma tú eres/ una aurora radiante de amor».
Así rezaba la introducción al tema, para luego declarar desafiante: «Que me importa que la lluvia caiga despiadadamente/ Que me importa que el mar en la noche no quiera cantar/ Que me importa que el cielo no tenga ni estrellas ni luna/ Si yo tengo en tus ojos el cielo, la luna y el mar». Filosófica, la lírica se torna ontológica: «Que me importa que en la vida todo tenga su comienzo/ Que me importa que todo comienzo tenga su final/ Si mi alma será solo tuya por toda la vida/ Que me importa que todo se acabe si me quedas tú». Y uno, metido en otra cosa sabrosa sensual, sólo atinaba a pensar: cuánta filosofía. Entre brumas y abrazos.
En la bolerística de Julito Deschamps, aunque siempre figuraron los autores criollos, predominaron los compositores cubanos, puertorriqueños y mejicanos, así como la temática tocada por el sino de la fatalidad. Sus LP’s grabados como solista acompañándose al piano reflejan ese sesgo marcado de su repertorio, con la presencia de uno o dos autores criollos por disco. Sin embargo, en sus actuaciones y grabaciones con la orquesta del maestro Antonio Morel el bolero dominicano tuvo clara preeminencia, como lo evidencia el examen de la discografía de la célebre agrupación bailable que se disputaban los clubes sociales y los salones de los mejores hoteles, Agua y Luz aparte.
En un mundo dominado por la imagen de la televisión penetrando diariamente al seno más íntimo de los hogares, Julito Deschamps fue una verdadera gema escondida al juicio del televidente. Como refiere con justeza el finado Jesús Torres Tejeda, quien siendo administrador del Maunaloa Night Club y productor de TV insistió sin éxito en exponerlo ante ese gran público. Pero Julito, tímido en el fondo, llevaba demasiado tiempo enclaustrado entre las sombras de una boite.
Ahora, cuando el recuerdo se traslada a los ambientes penumbrosos donde su magia animó noches de romance con su piano y su voz, resuena el eco entrañable de este hombre trabajador y servicial, ido a destiempo a los 55 años. Anthony Ríos desplegó su talento multifacético en remembranza de este noble artista, al igual como lo hizo Fernando Villalona en su producción Cosas del Alma y el maestro Dioni Fernández en álbum conmemorativo. Para evitar que su nombre caiga en el pozo profundo del olvido nacional.
José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.