Vistiendo un viejo albornoz, EL DOCTOR camina aferrado a los hilos colocados en su habitación-biblioteca, los cuales le permiten guiarse debido a los problemas de su ceguera
El doctor: ¿Y esas voces? ¿Y esos gritos? ¿Qué quieren? ¿Acaso no les he llenado el país de apartamentos, represas, acueductos, avenidas, calles, aeropuertos, un zoológico con monos, serpientes y fieras? ¿Acaso no les he construido un faro que no guía a ninguna parte? ¿Qué quieren esas voces, qué piden esos gritos en este apacible día? ¿Qué más quieren? ¿Desean más sangre, más desapariciones? ¡Les he construido jardines, escuelas, modernos edificios, un magno teatro, una plaza cultural, un acuario! ¿Acaso no eliminé los malditos aserraderos que convertían nuestras montañas en paisajes de tierra estéril, incapaz de alimentar nuestros ríos? ¡Les he dado todo sin endeudar el país! ¿Qué más quieren? ¡No pueden pedir más, aunque hubiese deseado complacerlos a todos y convertir este país en un edén!
(EL DOCTOR se detiene en medio de la habitación-biblioteca y da vueltas, como asustado, hasta detenerse)
Sin embargo, ¡piden y piden, aúllan y aúllan, como hienas hambrientas, mientras las verdades permanecen ocultas en una madeja de incógnitas que se anudan y aprietan! Lo único que exigí al sentarme en esa azarosa silla de alfileres, fue que me dejaran hacer, que me dejaran construir en un país desangrado por una revolución frustrada. ¿Qué más querían? ¿Querían que el cuartel estrangulara mis deseos, mi voluntad de hacer, de construir? ¡Yo era una sorpresa en el charco de sangre que dejó abril en 1965, y ninguna estrategia hubiese funcionado, ni caminado, sin la guía de una mano inteligente, sin una inventiva de pacificación para ordenar! ¡Todos lo saben! ¡Cada libro tiene su página en blanco, cada libro encierra una tragedia! ¡Cada libro enfrenta una emoción, un goce, una historia de alboradas y lágrimas! ¡En cada párrafo se retuerce un gemido y una intención de olvido! Por eso no pueden echarme sobre los hombros —para aplastarme— los crímenes de las fuerzas incontrolables. ¡No pueden aprisionarme en esa «banda colorá» ignominiosa! ¡Yo estoy hecho de un material que se expande y rechaza el pus! ¡Yo estoy construido de historia y poesía, de limpios amaneceres y lilas empapadas de lluvia! ¡A mí no pueden medirme con la vara de Peña Batlle, ni de Logroño, ni de Paulino, ni de Bonnelly, ni de Viriato, ni de Juan Bosch! ¡Conozco este siglo de punta a punta y sus avatares no me asustan! ¡Sacrifiqué amores, aventuras eróticas, placeres banales; sacrifiqué pasadías rumbosos a orillas del mar y ríos; sacrifiqué los goces secretos de un hogar! ¿Quién, quién ha sacrificado tanto en esta «republiqueta» por una gloria entre
comillas? ¿Quién?
(EL DOCTOR da vueltas entre los hilos, cae al suelo y, gimiendo, llama al General que le cuida)
¡General, General! ¡Me he caído! ¡Estoy en el suelo, General! ¡Por favor, General, venga rápido, no permita que me coman los buitres!
(De mi obra de teatro «Los lectores del ático»)