28 de abril: ¡Un día de luto y dolor!…
Con el cordón, los yanquis también aseguraban otra cosa: el control de la entrada y salida del pueblo hacia la parte constitucionalista, que era el principal abastecedor de una revolución que, a partir del 28 de abril, se convirtió en Guerra Patria.
Tan pronto nos invadieron el funesto 28 de abril, los yanquis iniciaron la construcción del maldito cordón, que comenzaba en el hotel El Embajador (de la cadena Intercontinental Hotels, perteneciente a la Pan American World Airways). Allí, todos los que huían de la pretendida amenaza comunista tenían asilo. Los norteamericanos los acogían, les daban papeles de residencia transitoria y los transportaban en helicóptero hacia el portaviones «Boxer», que formaba parte de la «Operación Power Back», y desde allí los llevaban a Puerto Rico.
Por eso, precisamente, el cordón comenzaba en el hotel El Embajador y se extendía a través de las avenidas Sarasota, Abraham Lincoln, las calles Pedro Henríquez Ureña, San Juan Bosco, avenida Teniente Amado García Guerrero y puente Juan Pablo Duarte, para entonces enfilar hacia el aeropuerto internacional de las Américas, la puerta de entrada y salida más importante del país. Los yanquis dominaban el cordón y lo protegían con alambres de púas y miles de marines, repitiendo así la infame historia de 1916.
Pero no fueron los marines los que abrieron el cordón; quienes lo hicieron a sangre y fuego, blandiendo bayonetas y disparando a diestra y siniestra, fueron los boinas verdes y detrás de éstos los paracaidistas de la División 82, comandada por el general Bruce Palmer.
Los boinas verdes no pidieron permiso para construir el cordón: saltaban por patios y jardines disparando a todo el que se movía y cientos de dominicanos murieron en la apertura de ese maldito cordón, que serviría de entrada y salida a todos los que huían del alegado peligro comunista, y también a los que vinieran a negociar —o a continuar los negocios— de las corporaciones gringas. Así, el cordón fue una vía de múltiples usos: aseguraba un tránsito rápido desde San Isidro a los bordes de la ciudad colonial; impedía a los combatientes constitucionalistas de la parte Norte de la capital unirse a los del Sur; protegía el ir y venir de los industriales, ganaderos, terratenientes y comerciantes desde el Este al Cibao, desde el Sur al Este y viceversa; y obligaba a los combatientes constitucionalistas a dos alternativas: o romper el cordón para integrarse al resto de la nación, o lanzarse al mar.
Con el cordón, los yanquis también aseguraban otra cosa: el control de la entrada y salida del pueblo hacia la parte constitucionalista, que era el principal abastecedor de una revolución que, a partir del 28 de abril, se convirtió en Guerra Patria.
Beto, que no había visto el cordón, supo de esta fatídica vía a través de Pedro «La Moa», quien había aparecido misteriosamente en la ciudad colonial el día 29 de abril, por los lados de Santa Bárbara, y le habló sobre la posibilidad de formar un comando allí y otro en San Antón.
—Tenemos que organizar esta revolución, Beto, o nos comerán los yanquis —le gruñó «La Moa»—. Ya, esta no es una guerra entre nosotros y el CEFA, sino de nosotros contra el CEFA y contra los yanquis; y mientras mejor organizados estemos, mejor resistiremos. ¿Has visto el maldito cordón, pequeño burgués?
—¿El cordón?
—Sí, el cordón. Es una franja delgada que atraviesa la ciudad de Este a Oeste, para conectar el aeropuerto con el hotel El Embajador. Los yanquis utilizaron algunos de los puntos que se encontraban en manos del CEFA y fortalecieron los alrededores del palacio, para alojar allí su gobierno títere. Prácticamente nos han aislado, Beto, para impedir que podamos ayudar a los compañeros que combaten en la parte Norte de la ciudad, de donde vengo.
Al recordar la parte Norte, «La Moa» quebró la voz.
—Allí se está cometiendo una carnicería, Beto. Pude escapar metiéndome por entre el viejo alcantarillado construido por Trujillo. El CEFA está fusilando familias enteras y mienten a los periodistas internacionales cuando les cuentan que en el sector dominado por nosotros se fusilan curas, se violan monjas y se torturan a los policías cascos blancos, que fueron tomados prisioneros tras la caída de la Fortaleza Ozama.—¡Mierda! —exclamó Beto—. ¡Malditos yanquis!
—Sí, Beto. Esa fue la misma táctica que empleó Franco en España contra los republicanos, en la sitiada Madrid. Utilizan la mentira como arma ideológica para que el mundo nos odie.
(FRAGMENTO DEL CAPÍTULO XVIII DE MI NOVELA
«CURRÍCULUM [EL SÍNDROME DE LA VISA]». 1982)